Diario privado de Estela Richmond (VI)

Intentamos concluir de manera positiva que teníamos más datos y que en algún momento podrían sernos útiles. Dimos por finalizado el descanso, exploramos el pasillo izquierdo y resultó terminar en una sala con una puerta de madera desencajada de sus goznes y partida presumiblemente a hachazos. Dentro encontramos un cadáver del que solo quedaban huesos, la cabeza estaba aplastada en mil pedazos sobre la mesa en la que tal vez otrora estuvo apoyado. Las paredes de la sala estaban cubiertas de estanterías, y las estanterías repletas de libros, aunque muchos estaban por el suelo, rotos, raídos, quemados, incluso apuñalados. En una esquina brillaba una luz, una luz que no provenía de una llama azul; la luz estaba dentro de una bola de cristal llena de polvo, nos acercamos para comprobar lo que era. La luz quemaba, era especialmente molesta para mí, estaba incrustada de alguna manera en un artefacto de metal que tenía un asa, así que Meera lo cogió, lo mantuvo lejos de mí, y nos lo llevamos. Ella se detuvo y sacó los libros que había recogido en la biblioteca y los estuvo comparando con los de esta sala. En la pared de la puerta había restos de un mural antiguo en el que se veían varias hélices que se enroscaban la una en la otra desde el suelo hasta el techo. Volvimos a la sala hexagonal, el fuego azul se extinguía allí, pero seguimos explorando el templo por el pasillo derecho cuyas paredes estaban repletas de motivos artísticos vegetales y animales intercalados con un cierto ritmo cuyo resultado eran unas proporciones bellísimas. Rocé mi mano por la pared y esta se iluminó con líneas azules como el fuego que habíamos dejado atrás. Se marcaron las formas animales que además ahora parecía que conectaban cada uno con un sendero superior a estos dibujos. Nos miramos extrañadas, no había oído nunca que los artífices hubieran hecho este tipo de trabajo para nadie. Cuando nos separamos de la pared y seguimos adelante, las luces desaparecieron.

Desembocamos en un espacio de planta semicircular que tenía tres estatuas en hornacinas en la pared plana. Una estatua principal llevaba la misma capa que habíamos visto en los relieves de la sala de paso hexagonal, las otras dos eran súbditos de esta figura a juzgar por la posición de sus cuerpos. Estaban casi en posición defensiva de espaldas a la figura con capa. Una de ellas sostenía una daga con el estilo propio de los bosques del este, la otra figura sostenía un báculo y con la otra mano apuntaba por encima del mismo con el dedo índice estirado. Me fije en el suelo, había una hendidura cuadrada delante de cada estatua; invité a Meera a que se colocara en una y yo me coloqué en otra. Se escuchó algo crujir, el sonido de mecanismos, una escalera apareció ante nosotras. Una escalera descendía y un hedor nauseabundo subía desde el fondo que estaba sumido en una oscuridad cautivadora. Meera enfocó con la luz que habíamos recogido de la sala anterior, ni siquiera con ella alcanzamos a ver el fondo. Comenzamos a bajar; la escalera descendía junto a la pared en forma de espiral, en el centro no había nada. Llegadas a un cierto punto en nuestro descenso, en donde antes no había nada comenzaron a aparecer barrotes de hierro derretidos, quebrados, incluso oxidados. Parecía una jaula gigante, pero no sabíamos para qué, o tal vez para quién. El hedor se había convertido en algo normal en aquel momento y ya no sentíamos la necesidad de vomitar, pero su intensidad iba en aumento conforme bajábamos. Nos miramos extrañadas; habíamos dejado de seguir el fuego azul que siempre nos había marcado un camino, confiábamos en encontrarlo pronto de nuevo. Cuando llegamos al fondo de aquella torre, porque eso era lo único que podía ser con tal forma y profundidad, los barrotes quedaban tan lejos de nosotras que la luz no alumbraba su final. El suelo de aquel lugar estaba repleto de excrementos y de animales muertos. Buscamos una puerta en la base de la torre para poder dejar atrás ese panorama. La encontramos, estaba firmemente cerrada, de hecho, cuando conseguimos derribarla comprobamos que estaba atrancada con un madero muy resistente. El tiempo nos había hecho un favor pudriendo la madera, de no ser así, Meera habría podido usar su magia, pero en un lugar así preferíamos no tentar a la suerte.

Entonces escuchamos un sonido, lejano. Parecía un pájaro batiendo sus alas; un graznido, nada. De repente ante nosotras, entre los barrotes rotos un grifo de un tamaño descomunal aterrizó provocando un gran estruendo, clavó sus garras en el suelo lleno de excrementos y huesos.

Deja un comentario