Diario privado de Estela Richmond (II)

Las dos lo habíamos apreciado al ver la estructura desde el aire, tenía una forma muy similar a la del amuleto que nos había conducido hasta el templo. Lo confirmamos en una conversación que se extendió desde la entrada hasta el primer pasillo que encontramos.

El espacio estaba oscuro, solo veíamos lo que la luz del exterior nos permitía así que Meera encendió una llama en su mano. Le advertí antes de que lanzara la llama a una de las antorchas. Había inscripciones en una lengua antigua que se extendían por las paredes. Parecía un gran recibidor que daba la bienvenida al visitante. En el suelo también había algo escrito erosionado por la acción del tiempo, pero todavía legible: La llama que no quema es la llama que alumbra y revela el camino, la llama que quema solo conduce a un final trágico.

Nos preguntamos que querría decir. Yo sospechaba que el fuego que Meera había convocado no era la llama que no quema. Lo estuvimos hablando inseguras de lo que podría pasar si Meera lanzara su llama a las antorchas. Meera sacó el amuleto para observarlo y tuvo una idea. Salió por la puerta y convocó una llama azul como las que se habían extendido antes de que el templo surgiera de la tierra. Me pidió que la tocara y comprobé que aunque era cálida no me quemaba. La lanzó contra las antorchas; dos hilos de fuego azul crecieron desde la primera antorcha, bajaron hasta el suelo y se lanzaron hacia el interior del templo hasta que los perdimos de vista.

Entonces pudimos observar el gran recibidor en el que estábamos. Las columnas creaban dos pasillos laterales en cuyas paredes de piedra estaban talladas miles de escenas. A simple vista contaban una historia. Meera interpretó que una de las escenas representaba nuestro planeta siendo arrasado por el Gran Cataclismo. Traté de convencerla, seguramente en vano, de que no era más que una leyenda de viejas y de sacerdotes supersticiosos.

Sabíamos que el interior del templo debía de ser enorme, así que nos obligamos a seguir. Nuestro objetivo principal era otro, cuando lo consiguiéramos tendríamos tiempo de estudiar con más detenimiento los detalles. Ese fue posiblemente nuestro error. El más grave.

El techo se hizo más bajo cuando avanzamos al primer pasillo que encontramos. En las paredes laterales se abrían otros pasillos secundarios. Algunos de ellos estaban iluminados por la llama azul, otros no. Seguimos avanzando por el pasillo principal hasta que nos dimos de bruces con una pared. Nos veíamos obligadas a tomar una de las puertas para poder seguir. Elegir podía ser tan difícil como nosotras quisiéramos.

Me percaté de unos números que aparecían en el dintel de cada entrada. Eran fracciones. Recorrimos el pasillo hasta la primera entrada iluminada. Tuve una corazonada. Sumamos todas las fracciones que aparecían encima de las entradas que sí estaban iluminadas. El resultado en fracción no lo recuerdo, pero la división daba dos como resultado. No podía ser una coincidencia, pero no sabíamos a qué dos se refería. Fue entonces cuando Meera se percató de que el resto de pasillos sin iluminar también tenían a la entrada números, en este caso enteros.

Encontramos el dos, repasamos todos para asegurarnos. Entonces Meera atrajo hacia sí el fuego azul y lo lanzó contra la entrada. Un soplo de aire repelió el fuego y nos golpeó de lleno. Me enfadé con Meera por su impaciencia, le reprendí y le dije alguna cosa de la después me arrepentí. Le pedí perdón de inmediato, pero supe que estaba dolida. Gritarle cuando esto ocurrió fue otro error. Nos adentramos en el pasillo totalmente a oscuras tal y como el templo «quería». Este pasillo era estrecho, tan estrecho que íbamos con los codos pegados al cuerpo. A pesar de la oscuridad yo podía ver mientras avanzábamos y estaba alerta. Íbamos palpando la pared, que era rugosa.

Llegadas a un punto Meera me pidió que paráramos. Notaba algo en la pared. Al mover las manos de abajo arriba en la pared se hacía claro que justo a la altura de la mano era rugosa, pero el resto se iba haciendo más y más liso. Con nuestros dedos recorrimos las hendiduras y los relieves, eran letras.

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